Alejandro Giménez Robres






¿Quién canta en las copas de los árboles?


Creen los tigres que los pájaros no muerden

y creen los sordos que el viento no escucha.

Creen los ladrones de la historia

que ésta acaba en un secuestro, limpio, tranquilo, a plena luz del día.

No sabe el tigre que él, en realidad, es un desvalido,

una fuerza inmensa que está sola.

Ellos no tendrán nunca alas, sólo fauces,

ellos nunca tendrán debilidad, sólo fuerza saliendo de sus tripas llenas.

Vuelven los pájaros a las copas de los árboles

y vuelven las olas a besar sus costas,

igual,

igual que antes

igual que siempre

igual que nunca.

Y la fiera, sola en su inmensidad, se inquieta del ruido que viene de los árboles.

Y se pregunta, descolorido prado, luz de luna llena, ¿Qué ocurre en las copas de los árboles?

¿Qué ocurre con el frágil ave?

¿De dónde viene y hasta dónde se atreve?

¿Quién es y de qué se indigna?

- Yo te lo diré, con voz única

- Sal de ahí, maldita ave, ¿quién toma las ramas de los árboles?

¿Quién osa desde esa oscuridad?

- Somos nosotros

- ¿Qué vosotros?

¿Cual vosotros?

¿Por qué vosotros?

- Todos,

todos nosotros.

Somos el rugir del viento y la fuerza incontenible del agua,

somos este verde de vida y la turba que abajo la inicia.

Arriero de Managua,

el enfermo de Babel,

la cura que no inventaste

soldado triste de placer.

Perro callejero de Puno o Arequipa,

el que carga con las piedras en Saigón,

tu limpiabotas de Manila,

de Huelva y del mar el pescador.

Somos el pobre escribano del DF

que sueña, arrojado en sus palabras,

ser pastor cerca de Ketama

o albergar, en su seno, la sabiduría de Potala.

El noble niño que juega en los precipicios de Irlanda,

la madre cavando tumbas en los descampados de Darfur,

el crío de cualquier lado, sólo y olvidado, frente al televisor

Somos cal y somos tierra, somos todo y somos nada.

Igual que nos oyes nos verás,

igual que nos ignoras nos temerás,

del fondo a la superficie nos huirás,

somos los que odias, los que aman,

incluso a tí, si quisieras,

tal vez tu última oportunidad.

No te confundas, pobre tigre, conocemos la verdad.

Sabemos escuchar porque hemos hablado,

sabemos hablar porque hemos escuchado.

Somos el sacrificio de nuestros abuelos y el amor de nuestros padres.

Las horas perdidas de tantos siglos, la esperanza de nuestros hijos.

Tú eres la miseria y nosotros la esperanza.

Somos la alameda a un mundo nuevo,

somos el camino que la cruza

-lo dijo una gran voz, después de un gran silencio-

hacia un mundo mejor.


http://alekangarr.wordpress.com/

2 comentarios:

  1. Conmovedora y arrebatadora. Un contraste que invita a entregarse.

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  2. mundo momento utopikronometriko9 de septiembre de 2011, 11:48

    El árbol que te alberga y que te acuna,
    ése soy yo,
    gran amigo del viento que te mesa,
    que te sustenta al sentido de la pluma.
    Y veo, desde lo estático y lóngevo,
    mi arraigo,
    un vil felino a mi raiz postrado,
    al relajante agusto de mi sombra,
    al pacer de este viento, tan amigo,
    lo observo, cruel, lamiéndose las garras
    llenas de sangre, cárcel de un pajarillo.
    No por estar a los pies de mi nobleza
    el será noble, por mucho que lo crea,
    lleva la infamia ungida entre sus dientes,
    crispa el crimen sus ojos como tea.
    En tal momento, un claro que diviso desde mi altura,
    preparado escenario, como una plaza
    dentro del territorio que el tigre ostenta,
    el ave lira,
    prepara su plumaje para esta incruenta
    batalla de mil voces, reflexión pura.
    La bestia a la hojarasca no hace caso
    tras el festín holgado, tripa henchida,
    apenas lo perturba el quehacer pagano
    del ave de pareja digerida
    que ahora enerva sus plumas de osadía.
    Como un toro su ceño, horada ya la tierra
    como titán el ave, tan pequeña,
    levanta la cabeza en gallardía
    y ruge enorme, como diez leones,
    barita en elefantes, estampida,
    truena con mil crujidos tempestivos,
    brama rocas desprendidas al abismo,
    imita su alarido circundante
    los jaleos de guerra de las mil tribus,
    y un maremoto surge resonante
    mezclándose con loros, estorninos,
    abejarucos, cóndores, quetzales,
    perdices, avestruces y tucanes,
    todos,
    todos los pájaros retumban en el bosque
    de clamorosa y trémola arboleda
    que hasta mi amigo el viento
    se sobrecoge.
    Así el tigre maldito y relamido,
    vomitando el festín del ave lira
    y temblando da zarpazos ciegamente
    a mi buen amigo el viento, que lo esquiva.
    Así, con el terror que provocara
    a la pareja lira malograda
    huye el tigre del monte y sus saetas
    hacia el único sitio, su destino,
    que se haya calmo a la espera de su dieta,
    no hubiera mejor meta a su camino
    que el lodazal de inmundicia que dió presa
    a este depredador tan desalmado,
    así murió, devorado en la negra
    pringazón de su ziemo reservado.

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