Juan Miguel Sánchez








EL GRITO MUDO

Me acuerdo ahora de un escritor sin nombre, anónimo. Un escritor que no escribió ni cuatro renglones seguidos en toda su vida, un escritor, en fín, que no escribía. El escritor que no escribía era un ciudadano español como podía haber sido un ciudadano de cualquier parte del mundo. El escritor que no escribía, que nunca escribió más de cuatro renglones seguidos, se había pasado la vida observando, coleccionando pequeños paisajes de la vida cotidiana de la gente de su país pero también se podía haber pasado la vida coleccionando pequeños o grandes paisajes de la vida cotidiana de otros países, de otras gentes y comprendiendo o tratando de comprender las cosas que más le preocupaban; el porqué las hormigas avanzaban en hilera, el porqué árboles, hombres y caballos crecían en sentido opuesto a la gravedad para terminar inexorablemente atraidos por ella y el porqué el sol siempre salía a un lado u otro del punto del horizonte donde él lo esperaba con su mirada limpia. Nunca lo comprendió. Si lo hubiera hecho, quizás habría podido escribir miles de renglones y quien sabe si a lo mejor también habría podido comprender a las personas y a sus cotidianidades.

Para mí, que este escritor que no escribía, que jamás escribio ni cuatro renglones, un día, seguramente cercano a ese día en el que presentimos que nos queda muy poco por hacer, o seguramente un día cercano a ese día en el que presentimos que tenemos que hacer algo, llegó a la conclusión de que en el país de los ignorantes, el hijo de puta es el rey y que por esa razón, el mundo se estaba llenando demasiado deprisa de ignorantes hijos de puta.

Y entonces el escritor gritó, con todas sus fuerzas gritó, que no comprendía el porqué las hormigas avanzan en hilera, ni el porqué árboles, hombres y caballos crecen en dirección opuesta a la gravedad, ni mucho menos el porqué el sol siempre sale a un lado u otro del punto del horizonte donde él lo esperaba con la mirada fija. Y volvió a gritar más fuerte, que tampoco comprendía a los hijos de puta e incluso a los ignorantes hijos de puta. Y en ese momento, puede que un poco después, el grito se apagó. Se hizo el silencio.

Nadie supo nunca por qué el grito del escritor que no escribía se apagó, como tampoco sabe nadie por qué miles de hormigas, yo creo que millones de hormigas, de todos los colores y tamaños surgieron entonces del silencio, entre las rendijas de los adoquines y avanzaron desordenadamente hacia las plazas y las aceras, y escalaron edificios, y construyeron hormigueros en las entrañas de los árboles, de los hombres y de los caballos inexorablemente derrotados por la fuerza de la gravedad y el grito de la hormigas que no sabían gritar, ni emitían sonido alguno, ni habían gritado ni habían emitido sonido alguno en todas sus diminutas vidas se hizo ensordecedor y por fin cuando llegó la mañana el sol salió por ese punto concreto por donde todas las miradas limpias lo esperaban desde hacia tantos años.

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