Javier Delgado Gordillo


Dejé el camino


Dejé el camino y me detuve a mirar.

Marcado por hierro de vieja imprenta

Tu verso herido de tiempo alimenta,

-En el fragor del segundo y el azar-

Penas que a mis sienes hacen palpitar.

Torrente de un mundo a mi garganta

Piel, camino, vergüenza que levanta

Pies y alma al clamor de tu voz al gritar:

¡No hay senda pura, verdadero sino

Que forjado quede sino al caminar.

¡Lamento profundo que al ser mezquino

De pedestal tan alto no haga temblar.

Solo ungidos pechos de sal y vino

Me harán de nuevo volver a respirar.



En estos días


En estos día de convulsa

Sed de gritar,

De desatados lamentos

Largamente amordazados,

De abrazos forjados

En la desesperanza,

Yo sonrío,

¡Te sonrío a ti.

Ahora que se que lees

En mis ojos tu larga tristeza,

Tu soledad inundada

De verdades crueles

Y amargas como la hiel.

Se ahora -como nunca antes-

Que brazos hermanos

Que forjarán mi cuerpo.

Que hay, que habrá,

Unos ojos, los tuyos, los míos

que lo verán todo

Una piel por infinitos dedos tocada

Un sentir colmado de esperanza

Que me eleva, me trasciende

Hasta convertirme en ti, en todos.

Todo reverdece ahora

Con fulgurante intensidad.

Y ya no me importa

El sí o el no,

El ahora o el mañana.

Ya no hay sombra en mi entendimiento

Sé que está hecho.

La esperanza ha crecido regada

Con infinitas gotas

De sudor y lágrimas y sangre.

Pero no hay tristeza

En nuestra mirada.

Nos desvestiremos del temor

De la desesperanza y la desidia

Por tantos siglos inculcada

A golpes de cruz y yugo.

Por fin mis ojos, nuestras pupilas

Aceptaron la oscuridad

Y reciben con excelso placer

El hilo de luz

Que los muros de la opresión

No son capaces de cegar.

Tú y yo en un beso

En un abrazo fundidos

¡Poseemos la libertad

Y asumimos su lastre.

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