Eloy Sánchez Guallart










Flores sin nombre

Desde arriba llueven,
amarillas,
las flores sin nombre
y alfombran las plazas
-tapiz insurrecto,
desliz expansivo-
con la súbita luz
de insurgentes corolas.

La paloma de Alberti
ya no
se equivoca, y acierta
al lanzar sus heces
sobre las estatuas
firmes de los próceres
que coronan las plazas.

Detrás del eufemismo,
la cuádrupe moral y el crisantemo
en el ojal, tras la puerta
celeste, cerrada
con esdrújulo candado

nos queda la palabra
revuelta y resuelta la palabra,
como máquina del cambio,
la palabra insumisa y promiscua,
la palabra.



Revoluciones pendientes

Él agrimensor, ella antropóloga,
de jornada laboral inexistente
y precario equilibrio en los andamios,
descubrieron en el Facebook
una amistad magnética
largos años larvada
por el muro
de un insondable silencio y la distancia
que recrean en las vidas los demiurgos.
Sus emóticos iconos respectivos,
avatares de un milenio en fase oral,
pintaron amarillos en sus labios
y antes de que la revolución ya fuera un río
al que llenan de clamor las avenidas,
ellos:
licenciada antropóloga en paro,
titulado agrimensor becario en fuga,
desmontaron el lenguaje de las grúas
y allí mismo,
con la perspectiva del cambio pintando de utopía las pancartas
y el amor animal rebuscando en los bolsillos,
les atrapó una marea sin permiso,
con sus muslos tan firme
mente enlazados
como cadena humana frente a la Corporación.


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